viernes, 9 de marzo de 2012

¡Siempre Listos!

(Artículo publicado el 15 de septiembre de 2008)


Dedicado con cariño , en nuestro aniversario, para los Scouts de Poza Rica

Asomarse a la neblina de la niñez puede resultar una experiencia difícil. Por suerte en paso de los años y los mecanismos de supervivencia borran situaciones poco agradables y matizan los recuerdos, asignándoles formas amables y digeribles. No es el caso que nos ocupa, pues el acceso al escultismo se nos dio por contagio directo en aquel pueblo pequeño al inicio de los años sesentas del Poza Rica de ayer. Hubo de vencerse la resistencia inicial al uniforme que nos obligaba a regresar al pantalón corto, asociado a una infancia que todos luchábamos por abandonar, sumándose el rechazo de los amigos no iniciados, que lo consideraban elitista y de necesaria y obvia mariconería, aunque siempre supimos que sus comentarios estaban barnizados de secreta envidia, asumiendo que perderían una parte de nosotros, quienes habíamos sido afectados por el extraño virus de la cofradía scout.

La vieja casa de madera en el callejón 20 de noviembre de la colonia obrera, era el cuartel general de los sueños y la imaginación. La estructura vertical de mando se basaba en el respeto y la admiración hacia el jefe Thompson, que reunía virtudes que ahora podríamos identificar con un gran humanismo, carisma y amor por la naturaleza. De manera sencilla nos enseñaba los secretos del escultismo y la importancia del conocimiento de nosotros mismos, del compromiso en nuestra formación, de nuestras habilidades y de como acrecentarlas con la guía de los jefes de tropa, quienes nos descorrían los secretos del ballestrinque, del doble escota simple, negados por mi carencia de pinza fina, sustituyéndolos por poco lúcidos pero suficientes nudos "de puerco".

Algún extraviado colega nos convenció con horrendo tino, a nombrar nuestra patrulla, no: "Tigres", "Pumas",  "Águilas", "Osos", o algo feroz. Nunca adivinarían. Nos llamamos: "Chorlitos", anticipando quizá con ello nuestra futura capacidad cerebral, aunque en aquel tiempo, nada exigentes, lo grabamos entusiasmados en nuestros nudos de pañoleta, los cuales confeccionamos con los materiales más extraños: desde hueso de vaca, anillos de novia incipiente, madera, cable, todos con mucho orgullo, resguardando nuestro banderín, que lucía presuntuoso e inocente la cabecita del pajarraco, flotando en la punta del labrado bordón, casi un tótem de nuestro jefe de patrulla, quién le añadía algunas plumas de guajolote pintadas de amarillo, tal vez con la pretensión inalcanzada, de hacerlo lucir un poco más salvaje.

Todo para llegar al momento soñado: Salir de excursión. Fueron así Santa Agueda y el Manantial fáciles sustitutos de Kenya y el Río Nilo por la imaginación desbordada de adolescentes sobreprotegidos quienes conocimos maravillados las veredas de un mundo inexplorado... por nosotros. Armar una tienda de campaña no es tarea fácil, aún para críos expertos de hacer estacas, colocar tensores, llamados vientos y disponer en el sitio exacto la estructura de madera, que cargaría la pesada lona de color indefinible, pero de irrespirable olor a humedad y a todo lo que se te ocurra. Conocimos así el placer de construir nuestro refugio, participando del trabajo en grupo, tal vez poco coordinado, en medio de gritos de suficiencia, sabiduría y primeras histerias colectivas, pero finalmente exitoso y lleno de recompensas. El momento mágico y evocador de la fogata donde preparar alimentos enlatados, siempre escogidos de forma equivocada por Mami, a quien se le comprendía y perdonaba su ignorancia acerca de la dieta de los cazadores, quienes finalmente peleábamos por abrir, con el presto auxilio de cuchillos de caza y navajas de explorador, convirtiendo en manjares lo que ningún banquete ha podido igualar. Los momentos de reflexión obligados por la bóveda celeste y estrellas convidadas, nos dieron pautas inolvidables para conocernos más por dentro, para hacernos las primeras preguntas sin respuesta, asfixiados por el aire purísimo de la noche, despiertos en la vigilia angustiante al traducir de madrugada el ladrido de los perros de rancho, por aullidos de lobos feroces, hambrientos de carne fresca y tierna de niños scouts.

Aventuras sin fin que nos dejaron el legado de amar nuestra naturaleza, convivir con respeto y servir a nuestros semejantes, reconocernos con humildad como parte de todos los seres vivos e inanimados y principalmente, abrirnos la imaginación y hacer lo que muchos niños de hoy ya no han podido aprender: A soñar.

Luis Manuel Villegas Salgado
Patrulla Chorlitos 1961
Grupo 1 Poza Rica. 

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